Sólo frutas y verduras sin ningún tipo de título. Eso es lo que anteriormente encontraba una persona que asistía al supermercado. Sin embargo hoy el panorama es otro. Primero surgieron los denominados productos saludables, que incluso en la actualidad siguen ganando terreno. Pero en los últimos años se ha impuesto el segmento de lo orgánico, uno que cada vez toma mayor relevancia tanto a nivel nacional como internacional y en distintas categorías.
Ya no sólo se encuentran frutas o verduras, sino también vinos, un rubro en el que Chile no ha quedado ajeno. Viñedos Emiliana fue la primera viña nacional en transformarse 100% a este tipo de producción. Y si hoy se habla de vinos orgánicos Veramonte, Miguel Torres, Matetic y Cono Sur son sólo algunos de los nombres que salen a la palestra. Así las cosas, se trata de un sector que se presenta como una alternativa al tradicional y en el que todavía existe un gran potencial por desarrollar.
De lo químico a lo mecánico
Todo proceso de producción implica cumplir con una serie de manejos que son los que permiten llegar a los resultados deseados. Es aquí donde se diferencian los trabajos de una viña convencional y una orgánica, dado que las herramientas que utilizan tienen un origen distinto, pero también cambian las labores: si las primeras son químicas, las segundas se pueden resumir como mecánicas.
Si nos enfocamos en el manejo agronómico propiamente tal, la principal diferencia pasa por el trabajo de los suelos. Ese es el análisis que hacen desde Viñedos Emiliana, donde explican que la viticultura orgánica prioriza el potencial biológico de éstos. “Un suelo vivo entrega más nutrientes al viñedo, y se trata de uno descompactado, que posee mejor fitosanidad y mejor capacidad de infiltración”, indica Andrés Aparicio, gerente Agrícola de dicha empresa.
Un convencimiento del equipo técnico, pero principalmente de la familia Matetic de sentar las bases de un producto con un alto compromiso en términos de sustentabilidad, fue lo que llevó a la viña de este mismo nombre a orientarse por este tipo de práctica. Y precisamente algo que los ha ayudado en este objetivo ha sido el hecho de cultivar el suelo. Según cuenta Julio Bastías, enólogo de esta compañía, básicamente lo que hacen es abrir el suelo una vez que termina la cosecha.
De esta manera, cuando comienzan las lluvias o termina el invierno utilizan una máquina denominada paleadora, que corresponde a un arado que va abriendo el suelo, transformándose en una verdadera esponja viva donde se incorporan las coberteras vegetales y el compost, una herramienta fundamental para incrementar la vida de los suelos.
En muchos casos se trata de un elemento de elaboración propia de las viñas, como sucede en De Martino. Y es que como cuenta Eduardo Jordán, enólogo de esta compañía, permite reciclar gran parte de los desechos producidos en el proceso de vinificación, aportando nutrientes, pero sobre todo mejorando las condiciones físico-químicas del suelo y la activación de microorganismos allí presentes. Llegamos ahora al uso de tecnologías propiamente tal. Si bien son similares en ambos tipos de viñedos, un punto en el que difieren es en la maquinaria para realizar el control de maleza.
Si se hace un análisis de las viñas, se advierte que cuentan con muchas hileras y densidades muy altas, lo que hace que pasar raspando sea una tarea con un alto costo. Así lo precisa Carlos Pino, director centro I+D en Agroecología, por lo que a su juicio la solución pasa por invertir en una maquinaria de control de maleza sobre hilera o tecnologías que también permitan su dominio, como el mulch. Como un manejo mecánico es como define esta labor Eugenio Lira, presidente de la Asociación Nacional de Ingenieros Agrónomos Enólogos de Chile.
Y es que si antes se aplicaba un herbicida, ahora se debe cortar el pasto o establecer estrategias donde en vez de controlar la maleza se hagan siembras entre hileras para luego reincorporar. Asimismo, hay quienes en este cambio incorporan animales, principalmente ovejas, lo que también implica una infraestructura extra, como zonas de alojamiento y comederos.
Un manejo natural
La tendencia de consumo de productos más saludables y amigables con el medio ambiente no es el único escenario que ha cambiado en torno a la industria orgánica. También lo ha hecho la disposición de insumos tanto para el proceso de vinificación, como para el productivo. En el primer caso la idea es utilizar la menor cantidad posible, de origen natural y que no provengan de organismos genéticamente modificados. Así lo indica Sebastián Tramon, gerente de Sustentabilidad de Viñedos Emiliana, quien especifica que si bien las vinificaciones de uvas orgánicas utilizan la misma técnica que las convencionales, existen restricciones en algunos insumos de vinificación, en particular nutrientes para las fermentaciones.
“En cuanto al sulfuroso la normativa exige dosis más bajas, lo que implica un trabajo cuidadoso en bodega en el manejo de las oxidaciones y sanidad de las operaciones enológicas, así como también en el viñedo. La vendimia debe llegar a bodega lo más sana posible”. Para el proceso productivo en sí, hoy es posible acceder a diferentes opciones de fertilizantes, fitosanitarios y bioestimulantes, que también marcan una diferencia en el manejo. Un claro ejemplo se grafica en el aporte de nitrógeno a la viña.
A nivel convencional existen diferentes productos de síntesis mientras que a nivel orgánico se trata de productos en base a compost o derivados de éste. “Son abonos con certificación orgánica en base a compost que tienen nitrógeno y que es comparativo a cualquier producto convencional de síntesis”, explica Fernando Almeda, enólogo de la Viña Miguel Torres, quien agrega que si bien cuentan con una menor concentración, permite corregirlo en caso que se requiera.
Remedios alternativos
Un manejo orgánico parte de la premisa de que el viñedo está en permanente interacción con las condiciones del medio, lo que a juicio de Jordán obliga a estar siempre un paso adelante. Por ello es que se debe pensar en manejos preventivos y evitar los que son de tipo curativo. Un ejemplo pasa por las plantas vigorosas, que son más propensas al daño por oídio, una de las principales enfermedades que afecta a la vid vinífera. Así es que el control del vigor toma vital relevancia. Y vuelve a sobresalir si se considera que se trata de una enfermedad sensible a los rayos UV, por lo que mientras más iluminado esté el follaje, menor daño.
Así las cosas, el manejo pasa a ser un factor esencial a la hora de obedecer el principio de la prevención. Pero existen herramientas naturales a las que pueden acceder los agricultores para enfrentar las principales problemáticas que enfrenta este tipo de uva. Volviendo oídio, el azufre es la alternativa más común.
Sin embargo, Héctor Valdés, académico de la Universidad Católica, advierte que los agricultores lo están aplicando cada cinco a diez días, lo que en algunos casos lleva a realizar hasta quince o veinte aplicaciones en total. Bajo este escenario la pregunta es si se trata de una práctica sustentable. “Yo diría que no porque al final estamos reemplazando un fungicida sintético por uno orgánico que muchas veces es un poco menos efectivo pero tienes que pasar muchas más veces. Al final estamos generando un desequilibrio”, aclara.
Pero más allá del azufre, hay una alternativa que aún se está probando y corresponde a fungicidas a base de bacterias, como los bacillus. También existen estrategias en base a aceites minerales, los que muchos prefieren no utilizar ya que puede manchar la fruta una vez cuajada; además de sales, las que generalmente se usan en casos extremos una vez que partió el daño y se trata de controlar, consigna el experto.
La botritis es otra de las complicaciones que enfrenta esta uva y frente a la que el cultivar adquiere prioridad. Según recuerda Valdés, la Sauvignon Blanc es una cepa que tiene muchos daños por esta enfermedad dado que sus racimos son muy compactos y que en las instancias finales cuenta con menos taninos que las tintas, los que en cierta forma actúan como protectores del daño. De esta manera, una medida primordial pasa por contar, en la medida de lo posible, con cultivares menos susceptibles en las zonas que son más propensas; es decir, aquellas con mayor nubosidad y posibilidades de lluvia.
Después vienen las herramientas propiamente tal, que en este caso corresponden a productos en base a trichoderma, el que se aplica en pre floración. “En esta etapa el hongo coloniza el racimo y las flores, por lo que cuando llega la botritis ya no tiene lugar, hay un efecto de competencia por espacio”, explica Valdés, quien agrega que además tiene un efecto de antibiosis por lo que produce ciertos compuestos dañinos para la botritis.
Las condiciones de estrés son las que favorecen la enfermedad de la madera, la tercera complicación que presenta este cultivo, por lo que se asocia por ejemplo al manejo del estrés hídrico. Según consigna Valdés, en este caso lo que se hace es proteger la herida con formulaciones de trichoderma, que se aplican a través de una pintura al momento de podar. Pero antes de esta protección es importante realizar las podas en días secos. Y es que como explica el experto, los hongos se transmiten principalmente en condiciones de agua libre y humedad.
Ante estas tres enfermedades un factor relevante a considerar es hasta qué punto se acepta un daño económico, es decir, el nivel de daño que no afecte el producto en cuanto a calidad y rendimiento. Según consigna Valdés en el caso del oídio se trata de un 5%, mientras que en la botritis se habla de entre 3 y 5%.
Fuente: Mundo Agro