El cultivo de la vid es tremendamente importante para Chile, especialmente para los productores de la zona norte y centro del país. Por esta razón, gran parte de los manejos de este cultivo están enfocados en mejorar la calidad y condición de la fruta, aunque también en combatir las principales enfermedades que pueden afectar la producción. Dentro de estas últimas, el Oídio es una de las más complicadas de manejar, ya que, a diferencia de otras enfermedades que afectan la producción de esta especie, requiere un número mayor de aplicaciones para su control. Cabe destacar que el Oídio puede producir una disminución en el rendimiento de la planta y un daño que se hará presente a través de micelio en los racimos y, en consecuencia, en la pérdida de calidad de exportación de la fruta.
El Oídio es una enfermedad fungosa producida por Uncinula necator. Este parásito obligado necesita de los tejidos vivos del huésped para sobrevivir, sobre los que forma un micelio superficial. La fase más común y distribuída en todas las zonas de cultivo de la vid en Chile es la asexual, en la cual el parásito sobrevive como micelio en yemas infectadas durante la temporada precedente y se reactiva al existir brotes tiernos susceptibles, comenzando la infección y diseminación desde conidias (esporas asexuales) a tejidos susceptibles. “Si bien ataca cualquier tejido verde en la planta, el daño principal se produce sobre el fruto, el cual puede ser cubierto completamente por la esporulación que tiene una apariencia blanco grisácea característica de la enfermedad. Además, en los frutos puede producirse russet o cicatriz, y también daños en raquis, lo que a su vez afecta la comercialización de la fruta”, comenta Javier Puelles, fitopatólogo del INIA Intihuasi.
Medidas de control
La temperatura es, sin duda, el factor que más afecta el desarrollo de esta enfermedad. De acuerdo al fitopatólogo, el rango que óptimo para su desarrollo va desde 21°C a 29°C. Pero para que esto se dé, es importante también contar con una humedad relativa alta, aunque éste es un factor menos crítico.
A la fecha no se ha logrado un control genético del Oídio. “En general, todas las variedades de vid cultivadas, ya sean de mesa o de vino, presentan algún grado de susceptibilidad al Oídio, aunque hay algunas que marcan la diferencia. En uva de mesa, por ejemplo, la Thompson Seedless y Ruby Seedless son más fuertemente afectadas, mientras que la Red Globe presenta una menor susceptibilidad”, asegura Javier Puelles.
Por lo mismo, a juicio de los expertos, las prácticas culturales deben estar en la primera línea de defensa a la hora de enfrentar a esta enfermedad. En ese contexto, se debe estructurar un plan de manejo y control químico eficiente que permita disminuir las condiciones favorables que entrega el parrón. La idea es que al final se logre disminuir la intensidad del ataque y facilitar la acción del control químico.
Las medidas culturales incluyen una fertilización nitrogenada equilibrada. Y es que un exceso de nitrógeno favorecerá de sobremanera la actividad vegetativa y, por lo tanto, se producirán tejidos más suculentos que facilitarán la colonización del hongo, al sombrear y disminuir la aireación. En otras palabras, se generarán las condiciones ideales para el desarrollo de la enfermedad. En ciertos casos, dicen los expertos, se puede realizar un deshoje leve alrededor de los racimos para aumentar el flujo de aire y la entrada de luz, lo que en la práctica retrasará el desarrollo del Oídio. Sin embargo, al llevar a cabo esta acción es importante que no se produzca daño por golpe de sol.
Fuente: El Mercurio