Desde que la Unión Soviética lanzara al espacio el primer satélite artificial de la Historia, el Sputnik 1 en 1957, estos aparatos han permitido al hombre predecir el clima con mayor precisión, retransmitir imágenes en directo a grandes distancias, observar los confines del universo visible, y también elaborar mejor vino. Miles de estos dispositivos de captación y transmisión de señales llevan 30 años dando vueltas a la Tierra con la misión de vigilar que los racimos de uvas crezcan lozanos.
Así los productores de vino pueden monitorizar el crecimiento de sus viñas y tomar decisiones sobre sus cosechas sin necesidad de estar junto a ellas. Ese es el caso de la bodega Conde de Villaseñor que desde Monterrey (México) monitoriza sus campos de cultivo en La Rioja. “[Esta tecnología] nos permite, a través de las fotografías que recibimos gracias a los satélites, determinar la temperatura de las vides y tomar decisiones por ejemplo, sobre el riego que se necesita en ciertas áreas de nuestros viñedos”, apunta David Zárate responsable de la empresa al otro lado del charco.
Los satélites ópticos son los encargados de llevar a cabo estas tareas de vigilancia. Están situados a unos 700 kilómetros de altura y tardan hora y media en dar una vuelta a la Tierra. Constan de los mismos elementos que los demás satélites, un vehículo espacial, paneles solares, antenas y un compartimento para el combustible de los propulsores, pero incluyen una cámara que toma imágenes en color y en blanco y negro, infrarrojos y sensores que captan diferentes rangos espectrales.
Una vez han cumplido su misión, algunos satélites deben regresar a la Tierra. “En ese viaje de vuelta han de soportar temperaturas superiores a los 2.000 grados centígrados debidos a la fricción con el aire que generan al atravesar la atmósfera”, apunta Miguel Ángel Molina, ingeniero de GMV Aerospace, una de las compañías que ofrece servicios como el de la bodega mexicana a agricultores de todo el mundo. “Por eso en la fabricación de satélites se utilizan materiales que aguantan muy bien el calor como el carbono, con el que también se construyen los chasis de los vehículos deFórmula 1“, continua el ingeniero. Las aleaciones de aluminio confeccionadas a partir de elementos químicos como el circonio y el molibdeno son otros de los materiales que se utilizan: se mantienen íntegros a altas temperaturas y forman parte de los motores y tubos de escape de los monoplazas de competición donde se alcanzan entre 1.000 y 1.500 grados.
Fuente: elpais.es